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Al hacerlo, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante él con arpas y copas de oro llenas de incienso —que son las oraciones del pueblo santo—, y dedicaron al Cordero este nuevo canto:

«Eres digno de recibir el pergamino y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado y con tu sangre compraste para Dios un pueblo de entre todos los linajes, pueblos, lenguas y naciones. 10 Así formaste un reino de sacerdotes que sirven a nuestro Dios y reinarán sobre la tierra».

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